Después de la Tormenta… El Tormento

Collage by Raquel Sertaje, 2020

En muy pocos días se cumplirán dos años del comienzo de la pandemia.
Dos años.
La de cosas que podríamos haber hecho en ese tiempo; los lugares que habríamos visitado; las personas a las que podríamos haber conocido y de las que podríamos habernos enamorado. Sin embargo, han sido dos años que pasaron entre confinamientos, hospitales, cierre de fronteras, enfermedad, tests de COVID, vacunas, incertidumbre, hartazgo, ansiedad … Y mucho poner de nuestra parte para no tirar la toalla.
Han sido 24 meses muy duros que ahora, a agua pasada, se han convertido en una amalgama de recuerdos borrosos que parecen haber sido un día eternamente largo y aburrido.

Para sorpresa de todos, en marzo del 2020, el mundo se detuvo. De golpe. Un virus procedente de Asia impuso una frenada en seco que los más optimistas pensábamos duraría un par de semanas. Sin embargo, a medida que pasaban los días y la situación se encrudecía, nos íbamos dando cuenta de que aquello no tenía ninguna intención de desaparecer en corto plazo. Recuerdo con un escalofrío las imágenes de las grandes urbes en todo el mundo en una total y avasallante quietud. Nadie de mi generación ni de la de mis padres recordaba nada igual. Hoy, justo 2 años después del inicio de esta pandemia en Europa, nos enfrentamos a un escenario mucho peor: La posibilidad de una tercera guerra mundial.

Con la Invasión de Ucrania, Putin, caudillo ruso, ha desatado el mecanismo de guerra con consecuencias del todo impredecibles para Ucrania, Rusia, Europa y el mundo. ¿Quién se imaginaría que después de la tormenta tendríamos el tormento?.
Me gustaría arrepentirme de haber leído tanto sobre las consecuencias que conflictos armados han tenido a lo largo de la historia en diversas partes del mundo. Con todo ese conocimiento que acarreamos a nuestras espaldas, es del todo incomprensible que sigamos cometiendo los mismos errores. Pero nuestra generación, en plena era del antropocentrismo, se encuentra en un momento histórico decisivo. No solo por la ingente revolución tecnológica que hemos vivido, sino por la amenaza más acuciante a la que tenemos que hacer frente. No, no es Putin. Es la propia supervivencia de nuestra especie.

¿Qué pasaría si esta guerra fuese solamente el resultado de anticiparse a la escasez de recursos con los que sustentar nuestro modelo de vida?. No se trata de Patria y Libertad, ideales por los que lucharon y murieron los jóvenes de las décadas de los 20s y 30s del siglo pasado en dos Guerras Mundiales que mataron a millones de personas. No son únicamente poder y dinero, los clásicos de todos los conflictos. ¿Ideología? En un mundo en el que el verdadero poder lo ostentan las grandes empresas y el mercado, la ideología está obsoleta. Al menos tal y como la entendíamos en el siglo XX. ¿A caso la ideología no murió en los 90s con el final de la historia de Fukuyama, de tan rabiosa actualidad estos días?.

Las primeras balas de esta nueva guerra son las sanciones económicas que Occidente está imponiendo a Rusia. ¿Será suficiente este arsenal de medidas blandas contras las bombas arrojadas sobre hospitales y residencias en Ucrania? ¿O se trata solo de un aliciente a aumentar la discrepancia del caudillo ruso sobre su visión de Europa y nuestras intenciones de cara al futuro?.
Las intenciones de Europa en los últimos 50 años han sido rotundamente claras: Crear una sólida comunidad de estados miembros capaz de desarrollar una economía lo suficientemente potente para hacer frente a la competitividad en un escenario global, al mismo tiempo que nos erigiríamos como paladín de valores humanitarios. Es decir, sustituir el conflicto por la cooperación y el intercambio económico y cultural. La ventaja de este plan era obvia: Evitar matarnos unos a otros y poder ofrecer prosperidad a 700 millones de personas. En medio de tan ambicioso plan aparecieron todas las historias de nacionalismos exasperados, populistas y discrepantes de una extrema derecha rampante para no dormir que, tristemente, han ido aflorando en varios estados miembros, llegando a cristalizarse en el Brexit que se hizo oficial en enero del 2020 en el Reino Unido.
Veremos las consecuencias.

Muchos sospechan que el desenlace de todos estos acontecimientos está orquestado para frenar el ritmo suicida de consumo de materias primas. Es una posibilidad y una teoría muy plausible. No hace falta mucha imaginación para visibilizar los puntos que unen los límites físicos del planeta con la curva viciosamente rampante de consumo que ni una pandemia ha podido frenar. La cuestión es que, planeados o no, los conflictos seguirán sucediéndose. Los refugiados de guerra o ecológicos seguirán aumentando y, triste o realistamente, las soluciones que da Europa a este problema son ingentes inversiones en armamento. ¿Para defendernos de la extinción del planeta?. A grandes retos, grandes herramientas tecnológicas, grandes responsabilidades y …. ¡Mismas estructuras políticas?!

¿Qué opciones de protesta y resistencia tiene en todo este escenario el ciudadano de a pie?
Organizarse y Colaborar conjuntamente. Un cambio de rumbo radical.
En 1971 nacía la mensajería instantánea con la conexión de 23 ordenadores de distintos centros de investigación y universidades en Estados Unidos. Hoy en día, más del 55% de la población mundial tiene acceso a y usa Internet a diario para negociar y compartir emociones. Seguro que podemos utilizarlo para cambiar el formato de nuestra democracia. Internet se creó con la finalidad de que el conocimiento estuviese al alcance de la mayoría, permitiendo así que el poder fluctuase entre las distintas castas sociales, a lo Foucault. Pensado de este modo, internet es una herramienta transformadora y revolucionaria. Un arma de comunicación masiva.

Sin embargo, el poder, ya lo vimos en «Sucesión», corrompe. Es torpe y perezoso. Tiende a estancarse en las manos de individuos con pocos escrúpulos que, cegados con sus promesas de dominio y abundancia, no se contentan con lo justo y necesario: Quieren acaparar, cuanto más, mejor. Caiga quien caiga. Si este instinto avaricioso es parte indisoluble de nuestra naturaleza humana, también lo es nuestra voluntad de resistir y cambiar el orden de las cosas. Y la mejor forma de hacerlo es organizándonos para debatir, ayudarnos, cooperar y diseñar formas de democracia participativa y directa que escriba las nuevas reglas del juego y eduque a líderes en lugar de otorgar privilegios a caciques y oligarcas sin fronteras. Una democracia que escuche y pida responsabilidades, que case con una justicia que esté divorciada del poder de los de siempre que habitan en los lugares comunes donde todo sigue igual.
Una democracia, en definitiva, para un planeta que nos está poniendo contra las cuerdas.

Justo ahí, between the rock ad the hard place, es donde nos encontramos ahora. Y desde ahí toca tomar decisiones. Pequeñas decisiones que repercutan en el día a día, en nuestra comunidad, en nuestro equipo de trabajo, en nuestra familia o en nuestra propia pareja. Porque ningun@ de nosotro@s por separado, podemos conseguirlo. Como decía Angelina Jolie, quizás parafraseando a alguien más al que admira: «Solos llegaremos antes. Pero juntos llegaremos más lejos».

La tecnología que tenemos en nuestras manos, lo haría posible.
Pero la tecnología sin corazón, es solo un pedazo de plástico.
Late!


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