Todo el Pueblo

A Rúa de Valdeorras, 2020

Se acaba de terminar otro mes. Caen como moscas. Quién nos iba a decir que el calendario del 2020 marcaría un tiempo que ha dejado de estar sometido a nuestros planes y agendas? En cierta medida, el tiempo ha dejado de existir tal y como lo conocía desde que comenzó esta pandemia. Ahora se derrite como los polos. Ya no existe el tiempo que necesitábamos para parar el desastre. Lo hemos agotado… Se puede agotar el tiempo? La verdad es que este continuará su marcha, ajeno a nuestra desenfrenada carrera por llegar hasta aquí: El punto de no retorno, donde muchos continúan preguntándose qué pasará después. Los miro o los leo incrédula y perpleja. Creo que el después, si no fue ayer, es ahora mismo. En un mundo tan lleno de expertos nadie tiene una respuesta… Más que una pandemia, parece que estamos viviendo una paranoia (enfermedad mental caracterizada por la aparición de ideas fijas, obsesivas y absurdas, basadas en hechos falsos o infundados, junto a una personalidad bien conservada, sin pérdida de la conciencia ni alucinaciones).

Recuerdo confesar -como si se tratase de un pecadillo venial que pudiese solucionarse con tres avemarías y un cardenal en las rodillas de penitente arrepentida- mi adicción a leer el horóscopo. Al confesarlo me invadió el temor a una reacción de incredulidad y sorna. Obtuve ambas. Y sin embargo, hoy creo que empezamos a equivocarnos cuando dejamos de mirar a las estrellas para encontrar respuestas. Suplantamos la superstición pagana con fórmulas más fiables y con creencias más eficaces a la hora de aglutinar y someter. Viejos ritos de tribu fueron adaptados a modelos de creencias más aptos para sociedades multitudinarias. Así, poco a poco, desechamos de un tajo nuestro cordón umbilical con la tierra de la que venimos y somos. La tierra, a veces tempestuosa y extrema, pero siempre hogar.

Hoy en día es complicado encontrar soluciones a problemáticas que nos lanza la vida en su empeño por abrirse paso a dificultades y retos. Y es que la distancia con los elementos y con el elemento es enorme. A nivel subjetivo, nos enfocamos en un YO alienado y absurdo, retratado en selfies y ensimismado en redes «sociales» desde donde pregona, resiste, presume… Pero no es. El colectivo sigue atrapado en su obsesiva necesidad por la seguridad, buscándola y ansiándola como el oro californiano -que volvió locos a los pioneros-, en el aislamiento de los otros. Las catedrales de hoy son las Farmacias, Mecas a donde peregrinamos para aliviar nuestro dolor, con el que aún no hemos logrado establecer una sana relación. Así, cada año, continúan disparándose las estadísticas del consumo de fármacos. Menudo negocio esto de extirpar dolores de raíz. De ser felices con más pastillas azules. De matar virus a golpe de VISA.

Las acciones de la industria de la astrología seguro no subirían tanto como las de PharMar si dijesen dar con la vacuna del COVID. No es rentable si no lo puedes pagar. Aún muchos creen que cuanto más pagamos por algo, más valor tiene. El Capitalismo ha inculcado su credo con gran eficacia. Somos dignos de los dioses que adoramos. Al fin y al cabo, nos hemos hecho a su imagen y semejanza. Pero este sistema tiene un gran problema con la medición del valor… QUE ES LO QUE REALMENTE IMPORTA? SE PUEDE CUANTIFICAR? CUANTO ESTAMOS DISPUESTOS A PAGAR POR ELLO? Preguntémoselo a Trump, que se acaba de hacer con las reservasmundiales de Remdesivir, medicamento eficaz en pacientes de COVID. A pesar de nuestra tecnología, tropezamos en las mismas piedras y volvemos una y otra vez a los grandes interrogantes, aún abiertos, como heridas de la humanidad cuyo dolor nos mantiene aquí.

Muchas cosas deberían de ser gratis y otras costar muchísimo. Hoy en día negar (cuando es sinonimo de mentir) no sale caro. Negamos, pero no como negó Pedro por temor, sino por avaricia. Nuestros líderes niegan sin parar sin demasiadas consecuencias. En un sistema en el que todo se paga, su impunidad es asombrosa! Asomborsa e increible: Los que más niegan, mayor posibilidad tienen de ganar. Es un despropósito sin freno. Así, escuchamos vacilantes que no es crucial que se pierdan 200,000 o 300,000 vidas en una pandemia, o que el calentamiento global no existe, mientras observamos cómo la Antártida se reduce a la mínima expresión ante nuestros ojos, o mientras nuestros ancianos mueren solos en camas de hospitales o en geriátricos desatendidos. Desamparados.
Y no les importa.

No nos ha ido tan bien en un sistema que nos prometía ser más libres. Dicha libertad se fomentó sobre los cimientos de la esclavitud, la exclusión, el abuso de poder, la degradación del planeta. A cambio nos dió algo de democracia, ecologismo para yuppies, y derechos humanos para camuflar los daños colaterales. Qué pena que la sucursal del banco de turno no pueda prestarnos dos décadas a bajo interés! Aunque mejor así. Qué haríamos con ellas? Seguir como si nada. Como siguen las flores en cada primavera. Se preguntarán ellas qué pasará con el próximo Mayo? Son las amapolas conscientes de su existencia? Por qué lo somos nosotros y qué hemos hecho con esta posibilidad y certeza (aunque no me atrevo a añadir absoluta) de nuestro SER? A lo más que nos hemos atrevido es a desafiar a los dioses. Los hemos desterrado al olvido, a pesar de que aún los llamamos por sus nombres y de que aún nos acordamos cuán insignificante es nuestra vida sin su existencia. Sobre todo cuando truena. Y se avecina una tormenta.

Si es cierto que hemos logrado mucho, estamos fallando en lo más sencillo: No solo llegar, sino decir HASTA AQUÍ y emprender un nuevo rumbo, que es tan solo la dirección que se sigue para llegar a un fin determinado. Quizás sea hora de plantearnos un nuevo fin…
La solución del problema está en todos, porque el problema nos afecta a todos, como el mismo significado de la palabra Pandemia indica= TODO EL PUEBLO.

El tiempo, si existe, corre en nuestra contra.

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