Because You Worth it. REAL WOMAN.

Estoy en Inverness, Escocia.
Vine a pasar unos días y respirar aire puro.
Aunque terminé haciendo más kilómetros que el National Express para acceder a los lugares más remotos de las Hihglands, conseguí recargar las pilas entre una maravillosa naturaleza en estado puro. Si nunca has estado aquí, te lo recomiendo. Los lugares que he visto en esta ocasión son puro espectáculo.
Hace años viví en el Reino Unido y ya se sabe lo que se dice de los primeros amores: Difícil olvidarlos. Por eso me encanta venir a esta isla cuando puedo. Para recargar pilas y darme un baño de Britishness. Me fascina su oscuro sentido del humor y lo fácil que es hacer conversación con esta gente.

Por supuesto, los Escoceses son un punto y a parte.
Aquí la gente se te acerca e interpelan sin que tengas que usar artimañas de romper el hielo tipo: “uf, qué tiempo hace hoy, no?”. Salvando diferencias, en Escocia son más directos y calurosos en el trato que en Inglaterra. Quizás sea porque en Escocia, y esto es una observación puramente personal, los lugareños aún conserva algo que falta en otras zonas de Europa: Una sana curiosidad por lo extranjero.
Al menos con los que yo he tenido trato, fueron muy hospitalarios y me hacieron sentir bien recibida desde el mismo momento en el que aterricé en Edimburgo.
Algo que siempre se aprecia y agradece.

Pero como estas sesiones van sobre el marketing orientado a mantener a las mujeres bellas y eternamente jóvenes, hoy vengo a contaros una de mis obsesiones más secretas y de mis fracasos más estrepitosos. Luego os explico cómo relaciono todo esto con las Highlands.
Mi obsesión: El cabello. Mi pelo es de puntas secas y una textura ingobernable, ni riza, ni lacia, lo que le da un aspecto de ir siempre mal peinado. De dónde saqué yo que el pelo de las mujeres tiene que irradiar una luz cegadora y ser más suave la misma seda? Vete a saber…
Mi fracaso más estrepitoso: Vivir en un país en el que mi medio de transporte es la bicicleta, y las condiciones meteorológicas del todo desfavorables para ir bien peinada. A esto, añádele que tengo casi 45 años, muchísimas canas, y una economía que no me da para ir una vez al mes a la peluquería en Copenhague a arreglar los desaguisados que hago cada vez que me corto el flequillo.
Resultado? Tortura capilar.

Mi obsesión con el pelo llega hasta tal punto que, en medio de las Highlands entré en un Boots a comprarme un mini peine para mantenerme civilizada en medio de la nada salvaje escocesa.
Quién se estaba fijando en el aspecto de mi pelo totalmente enmarañado por un viento infernal cuando estábamos disfrutando de un paisaje magnífico? Absolutamente NADIE. Solo yo que, con un ridículo peine de 1 libra -la libra peor gastada de la historia- que no da ni para peinar la melena de la Barbie, intentaba mantener a ralla los nudos que se me formaban cada vez que salía del bus a tirar una foto al paisaje jurásico escocés. Una de las mujeres del tour, supongo, harta de verme gastar el tiempo con el mini peine, me dijo, pero que haces, mujer? No te preocupes por eso! Estás perfecta como estás!!
Y claro, caí en lo ridículo del asunto.

Por qué luchamos constantemente por domar nuestro aspecto para ajustarlo al aspecto normativo? Por qué lo seguimos haciendo después de haber descubierto lo tremendamente equivocado y opresor que puede ser ese aspecto normativo?. Porque las rutinas, una vez asentadas, se convierten en un estilo de vida que aceptamos como normal, lo que hace endemoniadamente difícil el cambiarlas.
Sin ir más lejos, hace pocos días le dije a mi hermana que ya no quería teñirme más: “Hasta aquí hemos llegado!”, le espeté completamente convencida de que había llegado a mi limite de teñidos. Ella, asumiendo que era un comentario hecho sin ningún tipo de intención de ser cumplido, me respondió: “Pues tu verás. Pero… Ya se te pasará! La verdad es que yo aún no estoy preparada para dejarme el pelo gris”.

Exacto. Hemos llegado al punto de tener que estar preparadas, o de tener que prepararnos para aceptar la normalidad y la naturalidad. Hoy en día, la normatividad, es decir, lo opuesto a la normalidad, se nos ha impuesto y ha penetrado nuestra idea de belleza y de cómo sentirnos bellas y seguras. Y lo ha hecho implacablemente, hasta el punto de que llegamos a gastarnos una buena suma de dinero en intentar conseguir ese ideal que nos aleje lo más posible de nuestro yo natural.

El conflicto que esto nos genera al hacernos mayores es mayúsculo. Pero también es un problema ingente para las jóvenes que, en una edad difícil, compran la aceptación con una misma a través de una multitud de productos, sentando los cimientos para una economía del cuerpo basada en la inseguridad en la que estarán atrapadas el resto de su vida. Por supuesto, no abogo por que tengamos que ir hechas un adefesio. Tampoco critico a quienes se dediquen en cuerpo y alma a la apariencia de sus cuerpos. Claro que, si no eres modelo de VOGUE, tampoco lo entiendo.

Es muy necesaria una revisión de la economía de la belleza para que amplíe su definición de feminidad. Para muchas mujeres es importante -y disfrutamos-, poniéndonos guapas; nos hace sentir más seguras. Quizás porque la sociedad nos ha aleccionado a conectar nuestro poder sexual con una apariencia física muy definida por los cánones imperantes del momento. Esta presión también afecta a los hombres, por supuesto.
Ambos tenemos que aprender a romper esas cadenas. O al menos, estar vigilantes para no enmarañarnos en metas absurdas que nos quitan mucho tiempo (y recursos!) de cosas y asuntos infinitamente más importantes que una talla, una arruga o una cana.

Tenemos que dejar de ser seducidos por slogans de productos anti-persona, como los voy a denominar a partir de ahora.
A mi instagram, por ejemplo, no dejan de llegarme anuncios para productos capilares (por supuesto), pero también anti-arrugas estrictamente diseñados para mujeres de 40 años. Ya hacen un target específico de tu edad, por supuesto, y una lista de los miedos que podrían -y ya se ocuparán ellos de que te ataquen- en la cuarta maravillosa década de tu vida. Sin duda, la mejor de las vividas.

Este anuncio en concreto me parece la tela:
Real Woman, Real Results.


Wow. Real woman.
Porque si no te pones el producto que te quieren vender eres, qué, un holograma?
Y de real woman y hologramas sé bastante.
Esta retroalimentación de obsesiones totalmente absurdas solo sirve para generarnos un cúmulo de inseguridades del todo innecesarias. Ningún producto será capaz de quitárnoslas, aunque evidentemente, la sensación de que lo hará es una potente y gratificante droga que, por supuesto, es económicamente provechosa para la industria de la belleza.

Ahora intenta imaginarte un mundo libre de complejos, en el que estés plenamente agusto en tu piel. Puedes soportarlo? Es tan difícil?.
Soportaríamos la aceptación de la naturalidad? Merecería la pena intentarlo. Porque Real Woman es más que suficiente.

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