La Fuerza del Destino

Me encanta Copenhague.

Érase una vez una ciudad sacada de un cuento de hadas; un lugar mágico que esperaba a una romántica empedernida con los brazos abiertos. Antes de mudarme aquí, tenía idealizada esta ciudad. Estaba segura de que me gustaría y de que sería una aventura muy gratificante descubrir la capital de Dinamarca y emprender una nueva vida en el Norte del viejo continente, en el territorio que los Romanos dejaron sin explorar/espoliar. Me imaginaba que me adaptaría enseguida a la sociedad danesa, a la que desde fuera veía como la tribu perfecta en la que asentarme y tener mi propia familia.

Colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Me llevó casi una década superar el desencanto de comprobar que la realidad no se ajustaba ni lo más mínimo (bueno, tampoco hay que exagerar) a mis ilusos ideales. En mi vida, la distancia entre lo que me imagino y lo que realmente es, suele medirse casi siempre en kilopársecs. A las mujeres las desilusiones nos otorgan una pedante frustración que, si no tenemos valeriana o vibrador a mano, nos puede hundir en una extraña depresión. Pero aquí estoy yo para deciros que las depresiones son lo mejor que te puede pasar y que Copenhague se ha convertido en mi casa/hogar, y lo amo! Me llevó su tiempo, pero aquí estamos.

Y es que, millennials míos, los sujetos de mi quinta somos producto directo de los hippies que se pusieron hasta arriba de LSD para superar sus varios traumas con el sistema. Como la poligamia no los sació del todo, dejaron de depilarse y acicalarse. Se abrazaron a cactus en taparrabos, se encadenaron a los árboles y se interpusieron entre cachalotes y barcos con arpones para reivindicar la adquisición de consciencia ante el exterminio de nuestro planeta. Ellos a lo suyo: Marihuana y arraigarse desesperadamente a la romántica idea Crusoniana del homo sapiens en una evolución acelerada que se empeñaba en alejarlos a pasos agigantados del mundo y mensaje que predicaban. Por mucho que en algunos aspectos fuesen mis héroes, como sabéis, no consiguieron cambiar el mundo, pero plantaron la semilla que la nueva generación de Gretas Thunberg se está encargando ahora mismo de convertir en frondoso árbol. Veremos qué pasa. Porque lo de las manifas y The Future is Female está muy bien, pero los polos siguen derritiéndose. Greta, necesitamos acción.

La cuestión es que mi generación ha vivido como ninguna otra la dualidad entre la naturaleza y la reproducción digital de la misma. La teoría y la práctica. Me pregunto cómo es posible que sigan existiendo las movidas entre judíos y árabes cuando todo a nuestro alrededor se transforma a la velocidad del sonido, a la misma que en el 2030 nos desplazaremos de Londres a Sydney en 4 horas. La ciencia nos ha catapultado al futuro y muchos no estaban preparados para esta carrerilla. Los resultados ya son visibles: Aumento de estrés y consumo de fármacos para reducir la tensión arterial y emocional, o de polvos mágicos para ir más deprisa y no perder comba a este ritmo frenético por llegar a ninguna parte.

Parece paradójico, pero la felicidad, ese bien tan preciado al que todo humano debería aspirar, se convirtió en el fin último de nuestras vidas. Pero no como una aspiración, sino como una OBSESIÓN (a lo Calvin Klein). A toda costa había que ser feliz. En un mundo lleno de desigualdades, había que definir correctamente el término para que no nos desinflásemos nada más empezar. Fue entonces cuando unos señores (a las mujeres aún no nos dejaban meter baza en esto) muy trajeados y leídos, se sacaron de la manga que la felicidad era poder de adquisición y elección (para los de siempre, of course). Y ahí empezó el follón, porque de golpe y porrazo nos dimos cuenta del enorme esfuerzo que conllevaba comerte el pastel de boda de cuatro pisos que era la felicidad, ese cuento de yupies capitalistas que la década de los 90s comenzó a desbaratar. Tamaño petate quedó simplificando en una peli de culto que no sé si habréis visto. Por si acaso, os dejo aquí el monólogo inicial para que os animéis:

Elige la vida, elige un empleo, elige una carrera, elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compac disc y abrelatas eléctricos.
Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales, elige pagar hipotecas a interés fijo, elige un piso piloto, elige a tus amigos.
Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos.
Elige el bricolaje y pregúntate quien coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el puto sofa a ver teleconcursos que emboban la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura.
Elige pudrirte de viejo cagandote y meandote encima en un asilo miserable, siendo una carga para esos niñatos egoistas y echos polvo que has engendrado para remplazarte. Elige tu futuro. Elige la VIDA.

Elige o compra. Tanto monta… Y al ver que la lista se iba haciendo cada vez más grande con puntos cada vez más irrelevantes y ridículos… Empezamos a deprimirnos. O a drogarnos. O a ver dragones en HBO. Pero los polos ya llevaban años derritiéndose y la caída de dos torres emblemáticas supuso un ante y un después en el concepto de nuestra felicidad y en el incremento de nuestra ansiedad. De pronto alguien muy maligno nos quería arrebatar lo uno y regalarnos lo otro. La pelota nunca estaba en nuestro tejado. Habíamos perdido el control de nuestras vidas. Y eso si que no! En río revuelto muchos peces usaron todo este petate de munición para ganar elecciones (con la ayuda de Cambridge Analytics). Outcome yet to be seen, aunque la ansieedad ya es un hecho con el que vive un número cada vez más alto de la población (que no de la población más alta).

Pero las depresiones son necesarias si sabemos extraer la lección que nos dan. Suele ser muy sencilla, aunque nos cueste tanto ver, aceptar y vivir con su verdad, que no es otra que la de que somos seres únicos e irrepetibles con una misión muy clara en esta vida: Intentar ser felices y aspirar a que esa felicidad abarque al mayor número de personas posible. Si no nos dormimos en los laureles a causa de los antiestamínicos que nos ayudan respirar la polución que pusimos en la capa de ozono, y no nos obsesionamos dejándonos engañar para que la estabilidad reine en nuestros pequeños ficticios reinos, seguro que estamos en el buen camino.

Dejadme que os garantice una cosa: Cada uno de vosotros sabéis cuando algo o alguien no os hace feliz. Y mi lección y consejo es este: No esperéis ni un minuto a que ese tren os lleve a ninguna parte. Seguid vuestro camino. La Vida es Bella y vuestro destino está en vuestras manos y en cómo pensáis para que se pongan a la obra.

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